Un tal Sutano...

Folletín esporádico y parrafezco...

Thursday, December 07, 2006

Párrafo 12

Brascovich caminaba arrastrando un bulto por la calle vacía. Le había atado una soga al cuello y así lo llevaba. El pibe cada tanto gritaba yel gordo doblaba a la derecha. No tenía donde ir y no pensaba en eso. Otro grito y a la izquierda. Horas pasaron asi hasta que el gordo encontró un chupetín en la tierra. Lo juntó y lo saboreó y recuperó los reflejos. Pasó corriendo como una bala un petiso con su bolsa de caramelos; apareció a pocos pasos el Citröen amarillo de Sutano. "Hasta este punto llegamos, pendejo", le dijo a Carcacha con un tironcito para verle doblar la cara larga como un muñeco de goma.

Wednesday, December 06, 2006

Párrafo 11.-

Los pibes retrocedieron unos metros nomás y volvieron a sentarse uno al lado del otro. Carcacha se descolgó la gomera y le dijo al otro, el petiso, que le suministrara cascotitos o lo que encontrase a mano. Frente a ellos, un hemipléjico con navaja y un gordo semiconciente se trenzaban en una rosca perezosa y desanimada. La hoja del cuchillo iba y venía, acuchillando poco y cortando algunos dedos. Había mucha baba de por medio, por lo que las bestias no tardaron en quedar embarradas con ese barro rojizo del polvo de ladrillo. Carcacha por su parte cargaba, apuntaba y disparaba. Cada tanto pegaba y cada tanto erraba. El otro, el petiso, siguió revizando el bolso hasta que por fin encontró, en un falso fondo, una bolsa con chupetines. Sin saber muy bien qué hacer y actuando por puro instinto, partió el adorno egipcio en la sabiola de Carcacha que se lo quedó mirando sin entender muy bien lo que pasaba. Se frotó la cabeza con una mano y se sintió pegajoso y calentito. El otro, el petiso, sin comprender tampoco lo que había hecho, se quedó a su lado con la bolsa de chupetines abrazada a su pecho. Carcacha se largó a llorar de a poco y despacito, dejando escapar un i agudo y asmático que se fue perdiendo a medida que el rostro se replegaba sobre sí mismo contrayendo todo el cuerpo del pibe en una bolita de unos cuarenta centímetros de diámetro. El otro, el petiso, salió corriendo con su tesoro. A pocos metros, el gordo semiconciente recuperaba la conciencia y el aliento apoyado contra un tacho de basura quemado con la mirada fija en el triste espectáculo que le ofrecía el hemipléjico que respiraba agitado tirando manotazos erráticos al aire tratando de agarrar el puñal que asomaba sobre su pecho. Murió Soletti desangrado, sin sentir nada, como si se hubiese quedado dormido. Brascovich, por su parte, se levantó minutos más tarde, no del todo recobrado por cierto, y avanzó hacia ese nudo de piez y brazos que era Carcacha. Estiró una mano enorme y lo alzó de los pelos.

Matsuo

Párrafo 10

Fernández se acercaba al Ducado de Nuevo Torino. Sin agua, sin comida, sin lechuza ni algodón, se movía sabiendo que su último destino podía estar cerca. De pronto, escuchó un bandoneón a lo lejos. Eugenio, arriba de un fardo enorme y redondo, cantaba con alas de angelito un tango inolvidable, aunque siempre fugaz. Se quedó absorto mirando la instantánea del pasado, saboreando las triste melodía de ese Doble A imaginario, que se antoja como minúsculo y absurdo en la inmensidad pampeana. “Sutano está cerca, ya se escucha su canción”, pensó con inocencia. Pensó en Marisa, Elena y Judith. La primera de ellas, florista, a la que nunca se le animó. La segunda trabajaba en una Esso, siempre le traía un cortado chiquito, a pesar de que Fernández quería una gaseosa. La tercera, un ama de casa voluptuosa que barría la vereda con fervor. “Ahora son sólo sombras de las sombras” dijo Fernández buscando la sombra de un arbolito cercano, para mear sobre él.

Tuesday, December 05, 2006

Párrafo 9

El Rey de Bastos avanzaba, garrote en mano, arrastrando las ropas. Un hombre en la cuneta acostado boca abajo era olfateado por un perro, el hombre no se movia. Ya no se veian autos por la ruta 70 y en Nuevo Torino reinaba el fuego, bordeando la plaza redonda, haciendo del pueblo la Meca de la zona. Un pozo de nafta permanecía escondido y el Rey de Bastos era su guardián. De Rafaela no había noticias y Esperanza habia sido destruida, pero Humbolt planeaba un ataque y el rey estaba ansioso. Ayer nomás el rey de bastos era el portero de la escuela, esperaba hacer unos cuantos billetes escondiendo barriles de nafta, que un tal Sutano había robado de no se sabe donde. Pero su patio era muy chico, los campos eran privados y la plazoleta muy visible. Se decidió por la escuela y en aulas vacías por vacaciones acomodó los barriles que traía Sutano. Cada vez traía más el Sutano y las aulas quedaban chicas. Había mas de 200 y el portero se asustaba. Un sábado trajo tres camiones de Shell, al estacionar hizo bajar los conductores ycon un gran garrote les rompió la cabeza. Le entregó el garrote al portero y lo nombró guardián de la nafta. "Algún día esto será lo más preciado de Rafaela y Zona y los hombres vendrán deseperados", había dicho Sutano y ese día llegó. Ante el hambre de nafta el portero no pudo negociar y se negó a regalar, y se dedicó a repartir palazos, a hacer rodar barriles prendidos, a pisar gente y destruir autos con el camión. En plena locura prendío fuego todo y los antiguos arboles de la plaza continuaron ardiendo hasta el presente. Con un mazo de cartas españolas señaló sus muertos y se guardó el 12 de bastos para él. Hizo su trono junto al fuego; algunos perros y mendigos se recostaron alrededor. Ahora Nuevo Torino brilla a lo lejos; su rey respira el humo, esperando los invasores. Se pregunta si Sutano volverá a reclamar algo. Un perro se aleja por la 70 llevando una morcilla.

Payador

Sunday, December 03, 2006

Párrafo 8.-

Soletti dobló por la avenida, salió al boulevard y se encontró con el embotellamiento. Tocó bocina y mientras bajaba el vidrio de la ventanita para putear, escuchó el rumor. Dejó el auto en marcha y salió corriendo. Se sucedieron entonces las primeras corridas bancarias y los negocios dejaron de trabajar con tarjetas de crédito, débito, tickets y demás formas de pago que no fueran efectivas y al contado. A los cuarenta y cinco minutos la radio levantó la noticia y automáticamente se saturaron las lineas telefónicas derritiendo los cables a latigazos sobre la gente que ya comenzaba a correr desesperada por las calles. A la hora y media cayó internet a nivel mundial, los negocios comenzaron a bajar las persianas metálicas y a armar a los empleados. Los saqueos comenzaron medio hora después, es decir, pasadas dos horas y cuarto del rumor inicial, y la tele, enseguida, levantó la noticia en un boletín desesperado que concluyó drásticamente cuando se cortó la luz en todo el territorio nacional. Las estaciones de servicio estallaron y comezaron los tiroteos. Soletti, por su parte y en su casa, cayó al piso de cabeza, víctima de un accidente cerebro vascular. Sin pestanear siquiera, pudo ver como su familia escapaba con los bolsos que él mismo había preparado dejándolo abandonado y a su suerte, y como sus vecinos saqueaban su departamentito y lo violaban un par de veces. Recién al cuarto día pudo mover uno de sus brazos, primero los dedos y después la mano, y al cabo de unas horas pudo arrastrarse lentamente hasta un ricón donde, como todo diabético, escondía unos alfajorcitos de dulce de leche. Rengo y baboso, ya para el onceavo día, se apareció, cuchillo en mano, en medio de la plaza, tirando guadañazos al primero que se le cruzara, mientras murmuraba algo que en cristiano bien podría haber sido un insulto hacia sutano.

Matsuo